Antoine Sartre muere atropellado en la estación de metro de Denfert Rochereau en París. La policía francesa concluye de forma apresurado que ha sido un suicidio. Lejos están de imaginar que este hecho luctuoso está relacionado de forma directa con la colisión del Alejandría y el Mesana en aguas del estrecho de Gibraltar unos meses atrás.

Jacinto Reyes, perito especializado en accidentes marítimos, cincuentón, bebedor, recién divorciado y un tanto escéptico con lo que le pueda deparar la vida, es enviado para tasar los desperfectos producidos en el Mesana. Lo que parecía a priori una investigación rutinaria se complica de manera espectacular por la aparición de una red mafiosa que intentará ocultar un secreto que atesora uno de los barcos implicados. Sin embargo no va ser éste su mayor reto porque en ese viaje, en el que regresa a la ciudad en la que pasó su juventud, tendrá que enfrentarse a una mujer a la que conoce demasiado bien, Alicia.

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sábado, 25 de diciembre de 2010

Van sumando años.

El día se ha levantado cansado y nublado. No creo que tarde mucho en llover. Silencio en las calles. Todos los venticinco de diciembre son iguales, a todos les envuelve el mismo halo, la misma atmósfera que los convierte en predecibles, en monótonos. Estoy cansado de éstos días festivos por  el tinte especial que los  define, una atmósfera cansina por repetida. Año nuevo es el resacoso de botellas estrelladas en el suelo sucio de vomitera y los reyes magos se me asemejan a un final de película con el rótulo "The End" en la pantalla mientras buscamos los abrigos para volver a la calle donde contenedores repletos de cajas de cartón  anuncian el advenimiento de la realidad, de esa otra monotonía que pasa desapercibida. Y luego otro ciclo, la Semana Santa con sus días tan largos como procesiones con sabor a incienso, fritanga de churros y arroz con leche.
Y me pregunto si lo que ocurre es que la vida se me va haciendo fastidiosa por repetida y que me van sobrando años, que poco a poco  me voy acercando al grupo de población que por edad conviene vacunarla de la gripe estacional. Con la poca luz que entra por la ventana las arrugas se me acentúan y parezco un viejo prematuro sentado con mi batín de color azul al calor de la mesa camilla.
Caigo en la cuenta que el año pasado ya escribí una entrada en este mismo día, ¿Cuántos pares de zapatos habrá desgastado desde entonces este simple caminante? Cuántos calcetines no habré agujereado en el empeño de moverme sin saber ni porqué ni a dónde.
Había olvidado tomar las pastillas de la tensión, confío en que me mantengan vivo las años suficientes como para que me desbarate como una casa en ruinas vencida por muchos inviernos crudos, lluviosos y fríos como éste.

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