Antoine Sartre muere atropellado en la estación de metro de Denfert Rochereau en París. La policía francesa concluye de forma apresurado que ha sido un suicidio. Lejos están de imaginar que este hecho luctuoso está relacionado de forma directa con la colisión del Alejandría y el Mesana en aguas del estrecho de Gibraltar unos meses atrás.

Jacinto Reyes, perito especializado en accidentes marítimos, cincuentón, bebedor, recién divorciado y un tanto escéptico con lo que le pueda deparar la vida, es enviado para tasar los desperfectos producidos en el Mesana. Lo que parecía a priori una investigación rutinaria se complica de manera espectacular por la aparición de una red mafiosa que intentará ocultar un secreto que atesora uno de los barcos implicados. Sin embargo no va ser éste su mayor reto porque en ese viaje, en el que regresa a la ciudad en la que pasó su juventud, tendrá que enfrentarse a una mujer a la que conoce demasiado bien, Alicia.

Vistas de página en total

martes, 8 de diciembre de 2009

Relato

Se cumple más de un mes desde que mandé la sinopsis a la agencia de Sandra Bruna. Mi posible "apoderá" aún no ha respondido. Para matar el tiempo es por lo que he redactado la pequeña narración que coloco a continuación. Espero que la leais con agrado y que me dejeis comentarios del tipo que sean, no importa si son malos, todos son importantes.

El rostro de Luís brillaba por la satisfacción. En el espejo retrovisor observó su ojo derecho, la fuerte luz que reverberaba el asfalto acentuaban las patas de gallo que se le habían formado desde hacía un par de años; sin duda estaba perdiendo tiempo y dinero con esa crema que se aplicaba por las noches. La temperatura en el exterior superaba los cuarenta grados centígrados, sin embargo en el interior, con el climatizador de aquel Mercedes clase E, empezaba a hacer frío. El frío de todas formas, pensó, no le vendría mal a su acompañante.

Apartó durante un segundo la vista de la carretera para volverse a mirar. Con el dedo ensalivado se atusó la ceja despeinada, desde pequeño se le encabritaba dándole un aspecto de diablillo enfadado. De soslayo vio también a su espalda, el hermoso féretro de madera de pino barnizada que llevaba como único acompañante. Las cortinillas desplegadas de los cristales traseros impedían a los demás conductores contemplar la carga. La mujer joven que llevaba en su interior no le iba a dar conversación en lo kilómetros que tenían que recorrer juntos. Era extraño, pero ningún familiar se había unido al cortejo fúnebre.

Aparcó en el parking rodeado de camiones y se dirigió a la cafetería. El volumen de las conversaciones bajó considerablemente al entrar en el amplio salón acristalado vestido con el uniforme de la funeraria. En las mesas cubiertas con manteles de cuadros azules, comían hombres corpulentos con el pecho descubierto que lo miraban como pájaro de mal agüero. Se pidió un café intentando ignorar lo que probablemente eran obsesiones suyas, sin embargo desde que empezó con este trabajo lo acompañaba esa sensación. Todavía recordaba la cara que se les quedó a sus amigos cuando les dijo a que se iba a dedicar, de hecho a alguno de ellos no había vuelto a verlos. Él mismo se encontraba sorprendido porque lo que iba a ser un trabajo provisional llevaba camino de convertirse en la gran pasión de su vida, a estas alturas no le importaba reconocer que le gustaba lo que hacía, por difícil que resultara comprenderlo estaba deseando que empezara el nuevo curso sobre tanatopraxia.

Descansaría al menos los treinta minutos a los que le obligaba la empresa por cada dos horas de viaje. No eran malas gentes sus jefes, se portaban bien con sus empleados, era una medida de seguridad y había que aceptarla, el problema radicaba en que, al viajar sin compañero por los recortes de personal, era muy difícil encontrar sitios donde parar con seguridad. La carga que llevaba no era convencional y no se podía dejar sola, así que se detenía siempre en las mismas gasolineras y por una propinilla uno de los chicos le echaba un ojo al furgón.

Los cuatro intermitentes emitieron un par de ráfagas de color ámbar a la par que el sonido de las puertas erizó la piel del improvisado vigilante que, con la gorra de la compañía petrolífera protegiéndolo del sol, se afanaba en limpiar el parabrisas.

—La próxima vez o me das diez euros o no vuelvo a vigilarlo.

—No tienes ni idea de a quién llevo ahí encerrada. Es una mujer rubia, hermosa, joven, con un culo maravilloso y unas tetas grandes y dulces, no sé porqué te da miedo —disfrutaba poniendo nervioso al chaval—. Además está desnuda y no se va a resistir. El sueño de cualquier desgraciado como tu. En otras circunstancias no hubieras dudado en lanzarle uno de esos piropos groseros que tanto te gustan. ¿Quieres que levante la tapa para que veas que no te miento?

—Mira, estas fatal, vete al carajo y arranca de una vez y ojala no vuelvas con tus bromas y tus muertos.

Al entrar en el coche la temperatura había aumentado hasta los cincuenta grados. La corona de flores que descansaba junto al féretro se estaba marchitando asfixiada.

—Hoy no es tu día de suerte rubia, nadie quiere ligar contigo —dijo girando levemente la cabeza hacia atrás—. Tendrás que explicarme algún día quién te mandó esa ridícula corona.

Abandonó el parking donde su Mercedes desentonaba como un cuervo negro junto a los enormes camiones de colores llamativos. Enfiló la carretera con precaución, siempre le había gustado conducir y este trabajo le proporcionaba al menos ese placer de vez en vez. No eran frecuentes los traslados a otras ciudades pero cuando le tocaba en suerte uno lo disfrutaba al máximo. Con un suave movimiento del dedo anular de su mano derecha puso en funcionamiento el mp3 acoplado al equipo musical y los altavoces empezaron a tronar con el techno de Dvj Zektore. Los cristales, las puertas, el techo vibraron a punto de estallar como si fuera una lata de conservas.

Con tranquilidad comenzó a ascender el puerto de montaña que lo separaba de su destino. Inconsciente miraba el termómetro situado en el salpicadero y comprobaba como la temperatura descendía un grado por cada siete u ocho kilómetros de subida. El cielo empezó a nublarse. Las curvas se iban haciendo más cerradas y el barranco situado a su lado derecho se hacía más profundo y peligroso. En algunos repechos notaba como el motor del Mercedes se empleaba a fondo para superarlos, sobre todo si se encontraba camiones de frente que ocupaban la estrecha calzada.

De aquellas angosturas surgieron de improviso unos ciclistas que en pleno descenso invadieron el carril contrario. Luís giró el volante con brusquedad para esquivarlos llevándose por delante con gran estruendo uno de los quitamiedos. Frenó para no caer por la pendiente, luego giró en redondo cuanto pudo y derrapando intentó incorporarse de nuevo a la carretera. Antes de que desaparecieran de su vista las bicicletas pudo oír: “Joder que malfario acabo de rozarme con un coche de muertos. ¡Corred carajo!”

El desnivel era acusado y las ruedas giraron levantando una polvareda sin que el vehículo se moviese. Para acabar de torcer las cosas se paró el motor. En el momento en el que se disponía a arrancarlo de nuevo, la puerta trasera, debido al fuerte impacto, se abrió y el féretro liberado de los anclajes abandonó el furgón cayendo al suelo con un sonido de madera cascada.

Luís se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del vehiculo. Aunque lo hizo con rapidez tan solo atisbó a ver como el ataúd fue cogiendo velocidad deslizándose pendiente abajo por la fuerza de la gravedad como si fuera un trineo de madera. Aprovechando las rocas que sobresalían daba saltos cada vez más prolongados para aterrizar sobre el lecho blando de matorrales. Tuvo que hacer un esfuerzo para evaluar la situación: había estado a punto de despeñarse y nadie se había parado para socorrerlo. Empezaba a anochecer y tenía dos opciones, llamar a la Guardia Civil o adentrarse en el incipiente bosque de alcornoques, quejigos y algarrobos, corriendo el riesgo de caer ladera abajo para encontrar el catafalco con la esperanza de que nadie se enterase de lo que había ocurrido. Descartó la primera y con paso decidido inició el descenso.

La luz se fue tornando más tenue debido a la frondosidad de los árboles. En pocos segundos la oscuridad era similar a la de la noche, o quizás era ya de noche, no estaba seguro, una noche templada en una sierra mediterránea, de lo único que estaba cierto era que un profundo aroma a tomillo y lavanda junto a una pastosa y refrescante humedad inundaron sus fosas nasales Mirando hacia un lado y otro esperaba dar con la caja y su contenido. Su contenido no dejaba de ser carne, carne muerta y por allí abundaban los buitres, con ansiedad confió en que no volasen en la oscuridad. Lamentó no llevar una linterna porque tropezó en varias ocasiones con ramas y raíces que sobresalían del suelo. Más que escuchar sentía como pequeños animales reptadores se movían bajo sus pies. El temor que por momentos le iba asaltando no conseguía borrar de su imaginación los titulares de los periódicos del día siguiente: “Empleado de funeraria extravía cadáver”. Una profunda angustia lo atenazó cuando comprobó que estaba perdido y que iba a ser muy difícil que saliese airoso de aquel trance. En los años que llevaba trabajando jamás le habían reprochado ni una falta leve y ahora por algo de lo que no había sido responsable podía perder el empleo.

Tras varios minutos, o quizás fuesen horas, andando hacia el valle llegó a un saliente de rocas. Tendría que dar un rodeo si quería seguir. Por fortuna desde esa posición observó veinte metros más abajo, en un claro del bosque, a unas vacas pastando hierba verde y fina. Muy cerca de ellas estaba el ataúd destrozado, sin embargo por más que miró no divisó el cuerpo de la mujer rubia. Aun así respiró aliviado cuando pensó que al fin y al cabo las vacas no eran carnívoras.

6 comentarios:

  1. Hola Antonio,

    Acabo de leer tu cuento y debo decirte que me ha gustado. Mucho. Es atractivo desde las primeras líneas; pensé que se trataba de un metrosexual que odiaba envejecer, por la mención a las patas de gallo, luego resulta que es conductor funerario, ¡vaya cambio! llevaba un cadáver sin dolientes con una corona rara. Un par de pistas como para que uno empiece a imaginarse cosas.

    La actitud de la gente con respecto a los funerarios es como una anécdota. Pero pensándolo bien, es posible que así sea. Es como de mal agüero toparse con uno, tanto, que aún en los accidentes huyem en lugar de ayudar. Y ese féretro... esquiando colina abajo, y resulta que ¿no hay muerta? ¿Nunca hubo cadáver? me da la impresión de que es parte de un relato más largo.

    Disfruté leyéndote, antonio,
    Un abrazo,
    Blanca

    ResponderEliminar
  2. El novelista, nada ingenuo, es genial. Le aconsejo leer todo y disfrutarlo porque' el personaje mas que que raro es unico, maravilloso e incansable. Que' siga Manu!!!!

    ResponderEliminar
  3. Antoine, tu est le mieux! Il faut continuer comme ça, bon courage, tout le monde t'aime beaucoup.

    ResponderEliminar
  4. Muy querido Antonio
    desde siempre te aprecio mucho aunque no lei' todo lo tuyo. Se' que soy un personaje de tus novelas, es una honra para mi todo eso. Pues, que' decirte, que te deseo lo mejor en el rubro literatura, a mi entorno le encanta lo que escribes y de a poquito yo tambien empece' apreciarte y quererte . Pues...........hasta pronto en mi tierra querida para bailar un tango juntos

    ResponderEliminar
  5. Hola, Antonio,

    ¡Tu cuento es sorprendente! La verdad es que despistas totalmente al lector y al final lo dejas... patitieso y forjando hipótesis. Hay un humor negro en todo el relato, con toques entre morbosos y entrañables, muy peculiar. Casi me metí en ese bosque mediterráneo enmarañado y pinchoso, con olor a tomillo y lavanda... lo de las vacas (más pirenaicas, más norteñas, me despistó). Y está muy bien escrito, apenas he notado una arruguilla o dos, pero en general tu prosa es muy cuidada.

    Me ha gustado leerlo. Si tienes más relatos, ¿por qué no te animas a entrar en el foro prosófagos? Ya lo debes conocer: www.prosofagos.com.

    ¡Ojalá tengas pronto buenas noticias de la agencia!

    Elisabet

    ResponderEliminar
  6. Me gustó mucho, Antonio. Bien llevado desde el principio hasta el fin. Aunque, ¿qué pasó con el cadaver?

    Un abrazo,
    Alejandro.

    ResponderEliminar